El Romanticismo
El Romanticismo es un movimiento cultural que se desarrolla en Europa durante las primeras décadas del siglo XIX. Es una corriente que se contrapone a la Ilustración del siglo XVIII que exaltaba el uso de la razón.
El
Romanticismo
no
confía
en
la
razón,
sino
que
es
muy
idealista
y
se
basa
en
el
poder
de
la
pasión,
de
la
imaginación,
de
lo
irracional.
Algunas de las características más comunes del Romanticismo:
‐ Sentimiento de angustia e insatisfacción ante el mundo. Los románticos se sienten incompletos y desgraciados.
‐ Desacuerdo con el mundo. Los ideales de libertad y felicidad de los románticos topan con la realidad cotidiana y sus ilusiones acaban en desengaño.
‐ Subjetivismo. El “yo” es el centro de la mayoría de sus obras.
‐ La libertad. Los románticos rechazan de las normas sociales impuestas por la burguesía y son los primeros en hablar de democracia.
En España el Romanticismo se desarrolla sobretodo durante la década de 1830 y hubo un Romanticismo más conservador (Zorrilla) y un Romanticismo liberal (Mariano José de Larra).
Mariano José de Larra (1809‐1837)
Nació en Madrid en plena ocupación de Napoleón. Al retirarse Napoleón en 1814, su familia se exilió a Francia, hecho que influye en la educación de Larra, más liberal que la española. Al regresar a España, continúa sus estudios: inicia la carrera de Medicina, pero la abandona. Su vocación de escritor es temprana. En 1828, en pleno régimen absolutista de Fernando VII, publica su primer periódico, que fue censurado. Así que vivió como traductor. En 1829 se casa con Josefa Werther, pero el matrimonio es desgraciado y acaba en separación pocos años después. Conoce entonces a Dolores Armijo, mujer casada con la que vive un amor tormentoso y apasionado durante tres años, hasta que ella le deja y se va de Madrid.
En 1832, Larra edita el periódico El Pobrecito Hablador. Allí empieza a firmar con el famoso pseudónimo de Fígaro. Colabora con revistas muy importantes y, a partir de 1834, se mete cada vez más en política a favor de las ideas liberales, pero los gobiernos le frustran y desilusionan. Su desengaño político y personal es cada vez mayor y todo ello le lleva al suicidio en febrero de 1837.
Larra es un personaje que encarna perfectamente el espíritu y personalidad del Romanticismo. Era un hombre inteligente, muy sensible, con un fuerte espíritu crítico y muy ácido. Es irónico y mordaz.
Su obra más importante son sus artículos periodísticos, en los cuales se mostraba siempre muy crítico. Podemos distinguir entre dos grandes tipos de artículos:
‐ Artículos de crítica política: Los dos temas principales de estos artículos son la libertad y la justicia. En ellos critica la censura, el atraso cultural español, la gestión del gobierno…
‐ Artículos de crítica social: Son artículos costumbristas, que hablan de aspectos de la vida cotidiana madrileña, pero siempre desde un punto de vista crítico. Larra señala en ellos los defectos de la sociedad y habla sobre la necesidad de ecuación y cultura, del progreso, del atraso respecto a los otros países europeos, de la hipocresía social, de la cursilería de mucha gente, de la poca afición al trabajo de los españoles…
Leamos ahora algunos de esos artículos de Larra.
1. Nochebuena de 1836
Algunas de las características más comunes del Romanticismo:
‐ Sentimiento de angustia e insatisfacción ante el mundo. Los románticos se sienten incompletos y desgraciados.
‐ Desacuerdo con el mundo. Los ideales de libertad y felicidad de los románticos topan con la realidad cotidiana y sus ilusiones acaban en desengaño.
‐ Subjetivismo. El “yo” es el centro de la mayoría de sus obras.
‐ La libertad. Los románticos rechazan de las normas sociales impuestas por la burguesía y son los primeros en hablar de democracia.
En España el Romanticismo se desarrolla sobretodo durante la década de 1830 y hubo un Romanticismo más conservador (Zorrilla) y un Romanticismo liberal (Mariano José de Larra).
Mariano José de Larra (1809‐1837)
Nació en Madrid en plena ocupación de Napoleón. Al retirarse Napoleón en 1814, su familia se exilió a Francia, hecho que influye en la educación de Larra, más liberal que la española. Al regresar a España, continúa sus estudios: inicia la carrera de Medicina, pero la abandona. Su vocación de escritor es temprana. En 1828, en pleno régimen absolutista de Fernando VII, publica su primer periódico, que fue censurado. Así que vivió como traductor. En 1829 se casa con Josefa Werther, pero el matrimonio es desgraciado y acaba en separación pocos años después. Conoce entonces a Dolores Armijo, mujer casada con la que vive un amor tormentoso y apasionado durante tres años, hasta que ella le deja y se va de Madrid.
En 1832, Larra edita el periódico El Pobrecito Hablador. Allí empieza a firmar con el famoso pseudónimo de Fígaro. Colabora con revistas muy importantes y, a partir de 1834, se mete cada vez más en política a favor de las ideas liberales, pero los gobiernos le frustran y desilusionan. Su desengaño político y personal es cada vez mayor y todo ello le lleva al suicidio en febrero de 1837.
Larra es un personaje que encarna perfectamente el espíritu y personalidad del Romanticismo. Era un hombre inteligente, muy sensible, con un fuerte espíritu crítico y muy ácido. Es irónico y mordaz.
Su obra más importante son sus artículos periodísticos, en los cuales se mostraba siempre muy crítico. Podemos distinguir entre dos grandes tipos de artículos:
‐ Artículos de crítica política: Los dos temas principales de estos artículos son la libertad y la justicia. En ellos critica la censura, el atraso cultural español, la gestión del gobierno…
‐ Artículos de crítica social: Son artículos costumbristas, que hablan de aspectos de la vida cotidiana madrileña, pero siempre desde un punto de vista crítico. Larra señala en ellos los defectos de la sociedad y habla sobre la necesidad de ecuación y cultura, del progreso, del atraso respecto a los otros países europeos, de la hipocresía social, de la cursilería de mucha gente, de la poca afición al trabajo de los españoles…
Leamos ahora algunos de esos artículos de Larra.
1. Nochebuena de 1836
En el siguiente artículo, " La Nochebuena de 1836" ,escrito al final de su vida, Larra se nos presenta desencantado de todas las ilusiones románticas que habían dado sentido a su vida. En este fragmento expresa con ironía desgarradora su desengaño amoroso. Apenas dos meses después, la decepción le llevó al suicidio.
´"El número 24 me es fatal; si tuviera que probarlo diría que en día 24 nací. Doce veces al año amanece, sin embargo, día 24; soy supersticioso, porque el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus gobiernos, y una de mis supersticiones consiste en creer que no puede haber para mí un día 24 bueno. El día 23 es siempre en mi calendario víspera de desgracia, y a imitación de aquel jefe de policía ruso que mandaba tener prontas las bombas las vísperas de incendios, así yo desde el 23 me prevengo para el siguiente día de sufrimiento y resignación, y, en dando las doce, ni tomo vaso en mi mano por no romperle, ni apunto carta por no perderla, ni enamoro a mujer porque no me diga que sí, pues en punto a amores tengo otra superstición: imagino que la mayor desgracia que a un hombre le puede suceder es que una mujer le diga que le quiere. Si no la cree es un tormento, y si la cree... ¡Bienaventurado aquel a quien la mujer dice no quiero, porque ése, a lo menos, oye la verdad!
a) ¿Por qué considera Larra que el día 24 es crucial en su vida? ¿ Qué tipo de actividades evita realizar ese día? ¿Por qué?
b) ¿Por qué el hombre elige creer mentiras? ¿Qué ejemplos pone para ilustrar nuestra tendencia a dejarnos engañar?
c) ¿Qué opinión tienen Larra sobre la sinceridad de las mujeres que se declaran enamoradas?
2. El castellano viejo
´"El número 24 me es fatal; si tuviera que probarlo diría que en día 24 nací. Doce veces al año amanece, sin embargo, día 24; soy supersticioso, porque el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus gobiernos, y una de mis supersticiones consiste en creer que no puede haber para mí un día 24 bueno. El día 23 es siempre en mi calendario víspera de desgracia, y a imitación de aquel jefe de policía ruso que mandaba tener prontas las bombas las vísperas de incendios, así yo desde el 23 me prevengo para el siguiente día de sufrimiento y resignación, y, en dando las doce, ni tomo vaso en mi mano por no romperle, ni apunto carta por no perderla, ni enamoro a mujer porque no me diga que sí, pues en punto a amores tengo otra superstición: imagino que la mayor desgracia que a un hombre le puede suceder es que una mujer le diga que le quiere. Si no la cree es un tormento, y si la cree... ¡Bienaventurado aquel a quien la mujer dice no quiero, porque ése, a lo menos, oye la verdad!
a) ¿Por qué considera Larra que el día 24 es crucial en su vida? ¿ Qué tipo de actividades evita realizar ese día? ¿Por qué?
b) ¿Por qué el hombre elige creer mentiras? ¿Qué ejemplos pone para ilustrar nuestra tendencia a dejarnos engañar?
c) ¿Qué opinión tienen Larra sobre la sinceridad de las mujeres que se declaran enamoradas?
2. El castellano viejo
En sus artículos, Larra va más allá de la descripción costumbrista: el análisis de los tipos y situaciones le sirve para denunciar los defectos nacionales. Así, en "El castellano viejo", critica los modales primitivos y groseros de la burguesía.
A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo: fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás parecieron las coyunturas. «Este capón no tiene coyunturas», exclamaba el infeliz sudando y forcejeando, más como quien cava que como quien trincha. ¡Cosa más rara! En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre el animal como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer tomar su vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel tranquilamente como pudiera en un palo de un gallinero.
3. Vuelva usted mañana
El artículo“Vuelva usted mañana”, desarrolla la visión liberal y progresista de Larra, preocupado porque España no avanzaba al paso de los demás países europeos. Este artículo critica la pereza de los españoles:
En este artículo Larra critica la pereza de los españoles para cualquier cosa y señala el concepto que por aquella época se tenía de los españoles, los extranjeros venían, la mayoría, atemorizados de que fuesen a ser asaltados por unos delincuentes o cuatreros.
Larra expone estas ideas por medio de una graciosa y curiosa anécdota que, como en todas las que Larra cuenta, está dotada de una gran dosis de ironía.
El asunto es que un buen día llegó a casa del autor un francés con unas valiosas cartas de recomendación de su país, este hombre pretendía realizar unas gestiones previas a su inversión de capital en negocios españoles. Sans Delai, que así se llamaba el hombre, le contó a Larra sus planes y según él todas las gestiones pertinentes la iba a realizar en 10 días, tras decir esto Larra se mofa de él y le dice que le invitará a comer el día que haya cumplido 15 meses de su estancia en España, el francés, como es de esperar, queda perplejo ante esa contestación y no le cree, pero poco a poco iba a hacerlo ya que al ir a realizar el primer papeleo que tenía programado para unas horas le dicen que tardará unos 3 días pero esto no es todo, ya que a los tres días le respondieron: “vuelva usted mañana” y al siguiente, y al siguiente, y así hasta 15 días, pero cuando estuvo hubo que repetirlo porque estaba equivocado y otra vez lo mismo.
Veamos un fragmento:
"Un extranjero de estos fue el que se presentó en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de familia, reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en París de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industrial o mercantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducían.
Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Pareciome el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admirole la proposición, y fue preciso explicarme más claro.
-Mirad -le dije-, monsieur Sans-délai -que así se llamaba-; vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos.
-Ciertamente -me contestó-. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me dé, legalizadas en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable (pues sólo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince cinco días.
Al llegar aquí monsieur Sans-délai traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de mi grado.
-Permitidme, monsieur Sans-délai -le dije entre socarrón y formal-, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid.
- ¿Cómo?
-Dentro de quince meses estáis aquí todavía.
-¿Os burláis?
-No por cierto.
-¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa!
-Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador.
-¡Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de hablar mal siempre de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.
-Os aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis.
-¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad.
-Todos os comunicarán su inercia. (...)
A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo: fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás parecieron las coyunturas. «Este capón no tiene coyunturas», exclamaba el infeliz sudando y forcejeando, más como quien cava que como quien trincha. ¡Cosa más rara! En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre el animal como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer tomar su vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel tranquilamente como pudiera en un palo de un gallinero.
3. Vuelva usted mañana
El artículo“Vuelva usted mañana”, desarrolla la visión liberal y progresista de Larra, preocupado porque España no avanzaba al paso de los demás países europeos. Este artículo critica la pereza de los españoles:
En este artículo Larra critica la pereza de los españoles para cualquier cosa y señala el concepto que por aquella época se tenía de los españoles, los extranjeros venían, la mayoría, atemorizados de que fuesen a ser asaltados por unos delincuentes o cuatreros.
Larra expone estas ideas por medio de una graciosa y curiosa anécdota que, como en todas las que Larra cuenta, está dotada de una gran dosis de ironía.
El asunto es que un buen día llegó a casa del autor un francés con unas valiosas cartas de recomendación de su país, este hombre pretendía realizar unas gestiones previas a su inversión de capital en negocios españoles. Sans Delai, que así se llamaba el hombre, le contó a Larra sus planes y según él todas las gestiones pertinentes la iba a realizar en 10 días, tras decir esto Larra se mofa de él y le dice que le invitará a comer el día que haya cumplido 15 meses de su estancia en España, el francés, como es de esperar, queda perplejo ante esa contestación y no le cree, pero poco a poco iba a hacerlo ya que al ir a realizar el primer papeleo que tenía programado para unas horas le dicen que tardará unos 3 días pero esto no es todo, ya que a los tres días le respondieron: “vuelva usted mañana” y al siguiente, y al siguiente, y así hasta 15 días, pero cuando estuvo hubo que repetirlo porque estaba equivocado y otra vez lo mismo.
Veamos un fragmento:
"Un extranjero de estos fue el que se presentó en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de familia, reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en París de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industrial o mercantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducían.
Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Pareciome el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admirole la proposición, y fue preciso explicarme más claro.
-Mirad -le dije-, monsieur Sans-délai -que así se llamaba-; vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos.
-Ciertamente -me contestó-. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me dé, legalizadas en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable (pues sólo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince cinco días.
Al llegar aquí monsieur Sans-délai traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de mi grado.
-Permitidme, monsieur Sans-délai -le dije entre socarrón y formal-, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid.
- ¿Cómo?
-Dentro de quince meses estáis aquí todavía.
-¿Os burláis?
-No por cierto.
-¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa!
-Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador.
-¡Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de hablar mal siempre de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.
-Os aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis.
-¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad.
-Todos os comunicarán su inercia. (...)
-¿Para esto he echado yo mi viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: «Vuelva usted mañana», y cuando este dichoso «mañana» llega en fin, nos dicen redondamente que «no»? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y vengo a hacerles favor? Preciso es que la intriga más enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras.
-¿Intriga, monsieur Sans-délai? No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra; ésa es la gran causa oculta: es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.
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